Uno de los principales problemas al que se enfrenta el voto electrónico es el de la desconfianza. Es conocido el sentimiento que genera el uso del e-voto en cierta parte de la población, motivado generalmente por el desconocimiento de la tecnología empleada. Cuando se vota por estos mecanismos nunca se está seguro de si el voto se contabilizará correctamente, si habrá alguien que sepa a quién se vota, etc.
El proceso del voto clásico con papel es más transparente en el sentido de que depositas una papeleta y se contabiliza, habiendo interventores de los distintos partidos en todo momento que controlan la confidencialidad y su posterior conteo.
Lo anterior se agrava si ocasionalmente se producen problemas técnicos en la plataforma, ya sea hardware o software, que soporta el e-voto. Podría incluso dar lugar a que el votante no pudiera ejercer su derecho.
En una parte importante de la población se generan mecanismos de rechazo de los diferentes tipos de e-voto, basados como se ha mencionado en la desconfianza. Es habitualmente la gente de más edad que no se halla familiarizada con las tecnologías de la información y la comunicación. Desde nuestro punto de vista deberían articularse mecanismos alternativos al e-voto, es decir los tradicionales, para permitir que estos y otros sectores que no tienen acceso y no están familiarizados con las TIC puedan ejercer su derecho a voto, preservando así el principio básico de igualdad requerido por la Constitución.
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